miércoles, octubre 29, 2008

Homenaje a Azcona en Verines




TRAVELLING EN EL HOGAR DE LA PALABRA Y LA MEMORIA
(En homenaje a Rafael Azcona)

Decía el poeta Luís Rosales que vivir es ver volver. El tiempo pasa; las cosas que quisimos son caedizas, fugitivas; se van. Y esto es morir: borrarse de sí mismo, borrarse dentro de sí mismo y sentir que se nos van desvaneciendo, que se nos van secando, poco a poco, aquellas cosas que nos hacen el alma, aquellos seres a los que hemos amado un día y a los cuales debemos lo que somos. Pero vivir es ver volver. Es justo y necesario conservar los afectos como eran y los recuerdos como serán y atar los unos a los otros en una misma ley de permanencia; es justo y necesario saber que todo cuanto ha sido, todo cuanto ha temblado dentro de nosotros; está aún como diciéndose de nuevo en nuestra vida y en la vida.

Me he sentado frente al televisor como aguardando la nieve anunciada tras los cristales de una ventana por la que espero la nostalgia blanca de mi infancia. La nostalgia me la traería la nieve, si ahora nevara. Pero he encendido el televisor no para ver nieve, aún es verano y mi televisión no está estropeada, sino para ver volver. Y he vuelto para hacerle otro nudo a la memoria de mis abuelos y de mis padres con las manos que me prestas tú, Rafael, y los magos de la escena que te acompañan, y se me ha hecho un nudo en la garganta. He vuelto temblando de humana desde aquel primer pisito. He temblado de melancolía y resurrección. He temblado al ver a mis abuelos y a mis jóvenes padres buscándose la vida entre los escombros en los que se había quedado la España de posguerra para comprarse ese pisito y casarse y parirnos a mí y a mi hermana. Porque yo nací después de todo esto, llegué con la mesa puesta en una casa con techo y bañera y calefacción central. Llegué después, a un hogar donde ya no había huéspedes y se comía carne y no sólo lentejas y se levantaba la mano derecha no para cantar cara al sol sino para señalar a las estrellas. Yo nací después, pero no me olvido de mi casa paterna, no la casa de ladrillo y tierra, sino la otra, la que siempre está encendida; la de los afectos y la conciencia.

He recorrido las estancias de esta casa en herencia conversando con los testigos de una estampa de hambre y miseria y me he visto a mí misma en otra suerte de azar que me pudo haber hecho nacer antes y no en los setenta. Y he sido mis padres desde mi sofá blanco mirando mi televisión de plasma con un gesto anacrónico de sorpresa. Azcona me enseña su pisito, como el guía del Hermitage seguía explicando los cuadros en un museo desvencijado como si aún estuvieran presentes, y yo los veía como si nunca hubieran abandonado esas paredes. Así comenzaba la vistita en una casa llena de habitaciones, como las habitaciones que hay en el alma de un poeta. Entonces he visto que ahora en mis estancias hay mucho acumulado de antes, porque la palabra del alma es la memoria, decía Rosales. Y en esta memoria acumulada estás tú, que me tendiste la mano de mi realidad más remota, pasándome el testigo de una existencia fortuita. Porque tal y como eran las cosas, dar la vida fue una hazaña heroica para muchos padres.

Sigo sentada en mi sofá blanco, frente a la misma televisión de plasma, pero ya no estoy donde estaba antes, pese a seguir en el mismo sitio. En la casa de Rafael, sencilla y austera, las bombillas no se funden nunca, pero los braseros siguen siendo de carbón y las camas se calientan aún con piedras incandescentes. Alguien tiene que ir a buscar el carbón que alarga las sobremesas. Alguien tiene que poner las piedras sobre el fuego para que no sigamos durmiendo congelados. El frío de la conciencia convierte en bandeja de avión a una mesa y en ataúd a una cama. Tú te llenaste las manos de carbón y piedras. Tú haces de la mesa una cama y de la cama una mesa. Tú no estarás nunca solo porque has dejado palabras en todos los corazones que ahora te sienten. Porque la palabra es la memoria y quien ahora te piensa te regresa.

La casa que ahora me muestras tiene afiches del ladrón de bicicletas, fotografías de Ramón Masats, versos hernandianos tendidos en una cuerda, vestigios de la quimera de oro, entre otras cosas. También veo curas. ¡Cuántos curas había en escena, cuántos guardia civiles, cuánta burguesía, cuánta suciedad, cuánta miseria! ¡cuántos silencios corruptos! ¡cuánta castidad con trastienda!

Ahora me siento fuera de escena, como si mirara a través de una pecera sin haber aprendido aún el lenguaje de los peces. Pero tú me vuelves a agarrar la mano y yo veo Irak, y veo La Habana o cualquier pueblo reprimido a tan sólo unas horas de avión de mi casa. Todo es igual, ni siquiera nos salvó el color.
Me voy un momento al baño, o quizás me quede para siempre. Quiero ser una anacoreta. Mi cama, la bañera, el bidé la cuna del hijo que nunca tuve, la ducha de mano un teléfono para conversar con el agua, el lavabo un lugar para no tener las manos nunca sucias y el espejo para no perder mi rostro de vista y poder reconocerme cuando todo importe lo que tiene que importar. Mandaré mensajes en una botella al dios que la encuentre primero para que deje encendida una luz de emergencia en los barrios marginados y encienda más hogueras en las noches de San Juan. No. Mejor regreso a mi sofá blanco, aunque se cuelen los mensajes enlatados que lanzan las emisoras de ahora tirando de su propia cadena.

- ¿Dónde me llevas ahora? ¿Qué dios puso a ese verdugo en esta casa? ¿Quién confeccionó esa capucha que ahora veo colgada del pomo de la puerta?
Los mismos que ahora visten de saldos las cabelleras de los que han renunciado a llevar sombreros de plumas y desnudan sus cabezas para que el sol les de un poco de esperanza. Tampoco ahora hay elección, los talentos se emparedan en las viviendas. Las paredes esconden los cadáveres de la ilusión ejecutada llorando de nostalgia a través del gotelet. Abogados en las gasolineras, actores en los supermercados, médicos reponiendo latas en las tiendas. El verdugo de ahora es el mismo de ayer y el mismo de mañana. Nacer perro de raza es una buena opción para dormir caliente y comer sentado a la mesa del Señor. Vivir hombre es cuestión de estrategia.

Decía Gómez de la Serna que los que van al cine se alimentan de fantasmas pasados por la luz. Yo veo esa luz que ahora me hace fantasma porque yo aún no existo. Yo soy el testigo futuro de esa esperanza que habitaba en los rostros que sueñan un cambio de suerte. Sí, ha habido un cambio de suerte para algunos míseros, pero aún hay otros como tú, Plácido, recorriéndose las calles en busca de un pellizco más para acabar el mes. Yo soy el testigo futuro de esa esperanza, repito, mientras Rafael me agarra de nuevo la mano y me conduce al comedor. Hay un banquete dionisiaco sobre la mesa.

-- Aquí no se pasa hambre -- me dices -- aquí se pasa desidia. Porque el hambre mata a la desidia y la desidia mata al hambre. Es cuestión de turnos.
-- Pues yo siempre tengo hambre, te digo.
-- Entonces no morirás de desidia – me respondes mientras te comes unos huevos fritos con chorizo. Y ahora vámonos antes de que me suba el colesterol -- añades.


Ahora estoy en el pasillo de tu casa. Subida en una grúa doy un paseo en travelling, como una paralítica que quiere tomar el sol en otoño o un ancianito al que le regalan un cochecito para no caminar tan lento y alargar la vereda que le ha de llevar hacia la línea de meta. Veo la vejez de cerca. Siempre creí que estaba lejos, pero se acerca, con este travelling que me aproxima al rostro arrugado de vida y resignación. La senectud abandonada en la cuneta, la experiencia cruda y molesta arremete contra la siguiente generación. Yo adoro ese rostro tierno y sereno y lo envidio. Envidio sus caprichos y su terquedad mundana. No es absurdo fingirse un paralítico en una ciudad donde nadie cede el paso al caminante. No es absurdo decidir no caminar con las piernas para vencerle el miedo a los tropiezos. No es absurdo salirse de la cuneta y no permanecer en la misma escena de siempre como un aparador heredado al que no se le encuentra ubicación.

Pero, basta ya, te digo, llévame ahora a ver la Corte del Faraón. Quiero ver que el esperpento se repite como el viaje en una carroza de actores de plomo candente conducida por Francisco Nieva transitando la calle del pez llena de espejos cóncavos que alargan la estatura de los enanos y engorda el pecho de los comisarios y los curas en la farsa de la calamidad.

Y ahora que se ha hecho de noche, llévame a la habitación de las luces. Llévame donde duermen los niños de la disputa, soñando el nombre de sus madres cuando la noche no les sirve para arroparles con la manta y darles un beso en la frente, sino para esconderse en la almohada que atesora su infancia. Llévame donde el deseo se insinúe tras un biombo, simulando sombras chinescas que se esfuman con la lámpara durmiente.

Está amaneciendo. Veo el bosque a través de la ventana. Yo sueño con un amanecer en ese bosque, refugio de la piel de los que no se sienten iguales e intento encontrarle una explicación a la ceguera que impide convivir en paz en medio de tanta belleza. El bosque está siempre animado, en el bosque todas las épocas son bellas, porque en el bosque los árboles no se hacen la guerra
Me agarras de nuevo la mano y me pides que cierre los ojos. Ahora estoy en la habitación de un poeta. Podría encontrarme a Robert Walser, pero me has traído a la biblioteca del viejo profesor que caza mariposas para verles la lengua. Te miro. Tú me miras desde el quicio de la puerta:

-- Los libros son como un hogar. En los libros podemos refugiar nuestros sueños para que no se mueran de frío – me dices.
-- Rafael, tú siempre fuiste un poeta. Un poeta en la belleza y la conciencia.

Ahora veo de cerca a Don Gregorio sentado en su silla, que también es La silla de Fernando. Tiene La isla del tesoro en la mano y pienso que los dos sois ahora para mí un tesoro; un tesoro en mi isla, allí donde escondo el ajuar del sueño y la vida, siempre con el temor a los piratas que quieran saquear mi alma con cañones apuntando a mi conciencia. Yo tampoco estoy a salvo de perder esa conciencia. Pero miro tú rostro ahora, querido profesor, y te pido que me ayudes a salvarme de convertir a las mariposas en piedras.

El sol no ha retrasado su salida y te reclama. Porque tú siempre miraste al sol a la cara, a su cara verdadera, esperando su llamada. Sé que tienes que marcharte ahora y no un minuto más tarde. Dejas tu casa abierta de par en par; el hogar de las estancias de lo humano, la conciencia y la nostalgia. Me despido de ti viéndote ascender hacia la luz, mirando al sol de frente, con un girar de voz que sigue el eco de tu despedida en un jardín donde los girasoles, mis girasoles, ya nunca se quedarán ciegos.
Beatriz Russo

2 comentarios:

NáN dijo...

El poeta conduciendo a Beatriz, o Beatriz: no está muy claro.

Pero sí lo está la emoción que me ha producido leerte esto. Leer la fuerza y la esperanza en las palabras.

Y te he sentido como una hermana.

Un abrazo largo que empieza cuando no había todavía televisores.

Beatriz Russo dijo...

Gracias Nán,
ya sabes que estamos hermanados por la sensibilidad y que siempre me conmueven tus cosas.

Otro abracísimo en color y blanco y negro.