martes, diciembre 04, 2007

Papá Oz





¿En qué momento comienza el olvido?

El otro día Papá Toro, que no está muy toro que digamos, está malito, me hizo reflexionar sobre este aspecto cuando apareció con una rosa seca en la mano y me dijo:

- ¿Te acuerdas de esto?
Cogí la rosa descolorida y aplastada entre mis dedos con el miedo de que se rompiera mi recuerdo junto con el tallo.
- Ni idea - le respondí.
- Pues estaba entre las hojas de un libro y supongo que si un día la pusiste allí es porque alguien especial te la regaló.
Me quedé pensando unos segundos e intenté recordar o inventarme el remitente de esa rosa. Por mi cabeza pasaron muchos recuerdos confusos y desistí.

- Pues no me acuerdo, pudo ser cualquiera - respondí.
- Pues sí que olvidas pronto - respondió Papá Toro, al que voy a tener que cambiar el nombre de seguir así y llamarle Papá Oz.
Papá Toro se marchó a mi antigua habitación, que ahora se ha convertido en su centro de operaciones y yo me quedé pensando en que va a ser verdad que vivo al día. ¿Dónde se ha quedado todo? ¿Dónde están mis recuerdos? ¿Acaso mi memoria no tiene trastero? Mi casa no tiene trastero - pensé. Debe de haber alguna conexión con este dato. En mi casa no hay nada que se conserve más de un año. ¿Por qué? Es como si me fuera sustiuyendo a mí misma en las distintas etapas de mi vida.

De pronto aparece Papá Toro/Oz con una enorme caja de cartón.

- Toma - aquí tienes una parte de tu historia. Cogí la caja sorprendida, perpleja, alucinada, la abrí y vi montones de cartas agrupadas en gomas. Yo esperaba juguetes.
- ¿Qué es esto? - le pregunté.
- Puedes olvidarte de lo que quieras.
Las cartas eran la correspondencia que mantuve durante años con diferentes amores de verano y un novio que hizo la mili y me mandó una carta de amor diaria.
- ¡Qué fuerte! - grité sorprendida - ya no me acordaba de esto.
Papá Toro sonrió y se marchó a su centro de operaciones, al rato regresó y me dio un paquete. Lo abrí y vi que era un cuadro que me había hecho con los tréboles de cuatro hojas de su jardín.
- Espero que en el futuro no te olvides de este regalo, ya no estaré para recordártelo.
Me quedé muda y melancólica.
- Yo nunca me olvidaré de ti - pensé con los ojos casi llorosos.

Y ahora me ha dado por volver la vista atrás y verme pequeña, tan pequeña que no paro de ver películas infantiles con el deseo de coger carrerilla de nuevo para ver si logro mantener esta vez la ilusión y la fantasía que me inspiraban los días de mi infancia y adolescencia.

He empezado a escribir para los niños.

Gracias, Papá Toro.